Artículo íntegro publicado en Barrabés Nº76
El 19 de
septiembre, sobre las 11 de la mañana, recibimos un mensaje en el
Grupo de Exploración Gocta:
“Ceci ha
sufrido un accidente en Perú. A -400 metros. No se más”
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Haciendo recuento en el aeropuerto de los más de 40 bultos facturados. Foto: Xavier Munne |
No tardé en
recibir una llamada de Jose, un compañero de exploración de Madrid,
quien me informó de la situación y me instó a que llamara a la
Federación Madrileña de Espeleologia, donde ya estaban
confeccionando una lista de socorristas y haciendo gestiones
(infructuosas) con exteriores. A partir de ahí, la avalancha de
información fue continua y caótica.
La noticia
recibida posteriormente sobre una posible lesión medular fue el
detonante para que muchos de nosotros estuviéramos dispuestos a
marchar aunque fuera costeándonos los gastos, sin esperar la ayuda
institucional (la cual ni ha llegado ni se la espera). Pero no iba a
ser tan fácil.
Traslado en autobús policial. Foto: Benjamín Guerrero |
A medio día
salían las primeras noticias en prensa por parte de la agencia EFE.
Nos llegaba información de que habían equipos franceses también en
la zona, colaborando en el rescate. Empezamos a mover la noticia por
los medios y redes sociales.
Jean Loup, un
miembro del equipo francés, trasladaba sus preocupaciones a Madrid:
“ Los amigos
del grupo ECA están buscando un médico que nos podría acompañar
(…). Mi preocupación es el rescate. Nosotros podemos apoyar al
grupo que ya está allí, pero no se si vamos a conseguir solos salir
con la víctima. Y no hay otros espeleólogos peruanos fuera del
grupo ECA!¿Están pensando en mandar un grupo de rescate desde
España si fuera necesario?”
Aterrizando en las inmediaciones de campamento. Foto: Sergio Monje |
Mientras tanto,
el PNP (Policía Nacional de Perú) tenía que llegar a la boca de la
cavidad para poder ver con sus propios ojos las necesidades del
rescate. Un tiempo protocolario vital. Dentro de la cavidad, los
compañeros de Ceci iban haciendo relevos para avituallarle y
mantener un punto caliente.
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Trasladando el material del M17. Foto: Xavier Munne |
El 20 por la
mañana recibíamos noticias tranquilizadoras de que un equipo mixto
de nacionales y extranjeros con conocimientos de socorro marchaba
hacia la zona. También de que Ceci estaba recuperando la movilidad
de las piernas. Tras 24 horas de intensas comunicaciones, aquello fue
un balón de oxígeno para todos. La noticia era que ya había medios
suficientes, pero la realidad sería otra bien distinta.
Se movilizó un
segundo grupo de diez personas que salió rumbo a Perú, mientras nos
llegaban noticias de que el gobierno peruano daba luz verde a la
ayuda externa.
Finalmente, el 22
por la tarde dejamos de ser espectadores. Desde Madrid, que ya se
encontraba coordinando el rescate al cien por cien, nos pidieron la
disponibilidad y nos pusieron en prealerta dentro del Grupo 3. El
miércoles 24, tras varios días en vilo y cansados de ver los
petates preparados en la puerta de casa, nos activaron de forma
definitiva. La orden era estar en Barajas cuanto antes. Los billetes
se iban gestionando conforme íbamos viajando.
Foto: Xavier Munne |
La llegada fue escalonada. Un total de 23 especialistas y amigos de diferentes comunidades autónomas fuimos llegando como pudimos a la T4 de Barajas para coger un vuelo que salía a las 21h. Una vez en el aeropuerto, se nombró un coordinador del grupo y salimos volando hacia Perú.
Las gestiones
realizadas con la embajada sólo dieron para un autobús que nos
transportaría de Lima hasta Chachapoyas. Aprovecharíamos para
recoger a otro grupo de ocho personas en Chiclayo que había salido
más tarde y así, ir todos juntos. Pero las cosas se complicaron. Lo
que suelen ser 22 horas en autobús se convirtieron en 36 por la
lentitud del transporte elegido. Además, el grupo que teníamos que
recoger había perdido la conexión y tendrían que esperar un día
más. El azar hizo que coincidiéramos todos en Chachapoyas, ya de
camino al aeropuerto. Allí nos esperaban dos M17 del ejercito
peruano dispuestos llevarnos junto con todo el material de
avituallamiento y socorro hasta las cercanías del Puesto de Control,
donde se había habilitado una helisuperficie.
El viaje fue de
unos 30 minutos. Aterrizamos en la ladera de una montaña y
comenzamos con el traslado de víveres y material hasta el
campamento, ubicado 200 metros más arriba. El salto brusco que dimos
hasta la cota de casi 3.200 metros comenzamos a sufrirlo con los
primeros pasos, con el corazón al galope y los pulmones tratando de
asimilar el aire parcialmente parco en oxígeno que respirábamos a
bocanadas.
Era la tercera
vez que pisaba la amazonia peruana este año. La sensación se
parecía más a la de volver a casa que a la de llegar a un recóndito
lugar del planeta. Hacía apenas dos semanas que había dejado atrás
aquellas selváticas montañas, aunque esta vez, no era sería un
viaje tan placentero.
Cuando llegamos,
nos pusimos a montar las tiendas y no tardamos en recibir
instrucciones para empezar a trabajar en el sector que nos habían
asignado. Un croquis a mano alzada hacía de topografía en una
cavidad cuyas galerías estaban recién descubiertas.
Mientras
recibíamos las primeras explicaciones, uno de los equipos de
evacuación se vestía con el material totalmente empapado y
cubiertos con el barro acumulado de varias jornadas. El saludo fue
breve. “No da tiempo ni a que se seque la ropa” nos comentaban
resignados. Y sin más tertulia, desaparecieron camino de las
profundidades de Intimachay.
Lugar tranquilo. Foto: Julio Monserrat |
Nuestro sector
era el último tramo hasta el nuevo ATM (punto caliente con atención
médica) donde se había planificado trasladar a Ceci. Conformábamos
aquel día el equipo 5, compuesto por el equipo aragonés del ESA y
dos miembros del Grupo Gocta. Con nosotros también venía un
enfermero del equipo médico del grupo de espeleosocorro madrileño
con la misión de relevar a su compañero.
Salimos con los
equipos secos y limpios todavía. Sería la última vez que
disfrutaríamos de este lujo. Comenzamos la aproximación hasta la
cavidad, balizada por los equipos anteriores, llegando en unos 40
minutos. Por el camino pasamos por un puesto militar ubicado justo
antes de unas rampas de barro de fuerte pendiente que se habían
interpretado en el rescate como una prolongación de la cavidad, ya
que habría que instalar tirolinas para superarla.
Reunión de coordinación. Foto: Gustavo Vela |
El curso activo
iba sumando afluentes y ganando verticalidad. Por el camino fuimos
dejando zonas balizadas de paso prohibido. Nuestro sector comenzaba
en la cabecera de un pozo de diez metros. Allí nos pusimos a
trabajar frenéticamente en la instalación de tirolinas de soporte,
retenciones y contrapesos, buscando el equilibrio entre lo técnico y
lo práctico, siempre siguiendo las directrices dadas por el médico.
Cerca de 40 spits (tacos para instalar las tirolinas y contrapesos)
colocamos durante aquella jornada, la primera de todas y la que nos
puso en situación. Se trataba de un rescate muy complejo y laborioso
y cada especialista iba a ser totalmente necesario.
Preparando el material. Foto: Juan Carlos Río |
Tras un trabajo
intenso, regresamos al campamento sobre la media noche. Allí nos
esperaban algunos compañeros con un plato de comida caliente.
Al día
siguiente, mientras los equipos que habíamos trabajado
descansábamos, entraron otros dos equipos de intervención con la
misión de equipar los tramos finales de la cavidad, desde el ATM
virtual hasta la boca de entrada.
El rescate se
desarrollaba bajo las siempre impredecibles condiciones
meteorológicas de Perú. La lluvia ha estado presente todos los
días, lo que ha endurecido bastante las condiciones de trabajo. El
campamento, ubicado sobre un promontorio denominado “Lugar
Tranquilo”, se encontraba seco cuando llegamos, pero con la llegada
de vientos de Este, comenzaron a formarse unas nubes que dejaron
precipitaciones persistentes. El campamento, instalado sobre las
praderías de la chacra de Don Javier se convirtió en un lodazal.
Moverse hacia cualquier lugar implicaba sortear infinidad de
barrizales encharcados. Mantener un calzado seco era toda una
aventura.
Foto: Xavier Munne |
Esperando la llegada de la camilla. Foto: Gustavo Vela |
La mañana del
lunes 30 nos encaminamos sobre las 10 am hacia la boca de la cavidad,
junto con uno de los enfermeros. Nuestro equipo estaba conformado por
un total de 12 especialistas con la misión de ayudar a instalar el
nuevo ATM y conducir a Ceci en este último tramo. Bajamos de nuevo
por la cavidad, esta vez ya conociendo los pasos y agilizando
bastante el descenso. Una vez alcanzamos el nuevo punto caliente, no
tardamos en recibir el material para montarlo. Nos pusimos manos a la
obra, allanando el firme e instalando un vivac lo suficientemente
confortable. Después nos trasladamos a nuestro sector, terminamos de
preparar y tensar las tirolinas y esperamos pacientemente la llegada
de la camilla. Tan sólo estuvimos esperando una hora antes de ver
cómo la camilla llegaba al último tramo del equipo precedente. Nos
preparamos para el relevo. En nuestro caso, había que salvar un
primer tramo de meandro estrecho, por su zona más alta y amplia. Un
sistema de tirolinas y desviaciones nos ayudarían, junto con un
sistema de tracción. Después, varios tramos de tortuosa galería lo
salvamos mediante pasacamillas, hasta que llegamos un pozo de unos 5
metros que superamos mediante un contrapeso y una posterior tirolina.
Después todavía había que que salvar un resalte de unos 4 metros.
Lo conseguimos mediante una cuerda de retención y la ayuda de varios
espeleosocorristas. A las 16 horas aproximadamente conseguíamos
ubicar a Ceci en su nuevo “hogar”. Recuperamos el material de
instalación y salimos al exterior.
Aquel mismo día
llegó un nuevo equipo de 10 personas (grupo 4), coincidiendo con la
despedida del segundo grupo, también de 10 y que ya regresaban a
España. Aquella noche hubo una reunión crucial. Los nuevos 10
especialistas entrarían esa misma noche (a las 4 de la madrugada)
para terminar de equipar las dificultades hasta la salida y todos los
demás lo haríamos un poco después para ayudar en la extracción.
Tiempo de espera durante el rescate. Foto: Benjamín Guerrero |
La mañana del
martes 30 fue el día que Ceci vio la luz por primera vez, tras 12
días atrapado en la cavidad. Nos dirigimos para ayudar al equipo de
las 4 am. Cuando llegamos ya se encontraban realizando la extracción.
Unos cuantos continuamos con la misión de desinstalar la cavidad,
más de 30 sacas de material que tuvimos portear entre apenas una
decena de personas. Mientras, en el exterior Ceci salía de la
cavidad y la noticia llegaba a España. El ejercito se encargó del
traslado hasta el puesto militar, donde se había instalado una
tienda. Pero todavía tuvieron que superarse aquellas empinadas
rampas de barro mediante la ayuda de tirolinas. Fue un acontecimiento
nacional que se retransmitió en tiempo real por las televisiones
peruanas.
Tras una de las jornadas del rescate. Foto: Benjamín Guerrero |
Quedaba la duda
de si la meteorología permitiría realizar el traslado en
helicóptero aquel mismo día. Había amanecido una vez más
lloviendo y Ceci permanecía a resguardo en el campamento. Pero en
ese momento ocurrió algo fascinante. Las nubes se retiraron
repentinamente y por primera vez desde que llegamos allí, el sol
inundó hasta el último rincón de aquel lugar tranquilo. El
helicóptero apareció en el horizonte y alcanzó una helisuperficie
habilitada por los militares días antes. Y tal como llegó, se fue
con nuestro amigo, camino del hospital. Poco a poco, el ruido de las
aspas del M17 se perdió en la distancia, llenando el lugar de una
tranquilidad extraordinaria. El sol nos acompañó aquella tarde,
hasta que desapareció tras las altas montañas de la amazonia
peruana. La paz inundó el campamento y la conciencia de todos
nosotros.
Hay que formar
parte del mundo subterráneo para entender cómo es posible que tanta
gente (hasta 60 especialistas) abandonara sus trabajos y
responsabilidades para ir a colaborar en el rescate. La espeleología
es una disciplina bastante desconocida para el gran público. Ni es
un deporte de masas ni aspira a serlo Además, por las
particularidades del escenario donde se desarrolla, es difícil
transmitir lo que supone la vivencia y las dificultades de cualquier
exploración. Por otro lado, somos un colectivo con un carácter
especial. Nos gusta demasiado sumergirnos en nuestro universo y
discrepar entre unos y otros.
Tratando de secar la vestimenta para la próxima incursión. Foto: Juan Carlos Río |
Esperando la entrega de la camilla. Foto: Gustavo Vela |
En el caso del
accidente de Ceci, se añade una particularidad añadida y es que no
existen apenas cuevas de profundidad en Perú. De hecho, Intimachay
es en estos momentos la segunda más profunda del país. Como
consecuencia de todo ello, no existen grupos organizados de
espeleología (exceptuando el ECA) y las complejas técnicas de
progresión espeleológica son totalmente desconocidas. Éste, ya de
por sí, podría ser uno de los peores escenarios para un rescate,
pero hay que añadir otro problema más; el del desconocimiento por
parte del gobierno (y en este caso he de decir que tanto peruano como
español) de lo que supone un accidente de estas características.
Acostumbrados a que el ejército resuelva a base de “brazo”,
hacer comprender a la administración que iba a ser necesario
recurrir a especialistas (y muchos) de la materia implicó también
cierto retraso. Algo especialmente delicado cuando estás a dos días
de las elecciones regionales y te dicen que como país no puedes
resolver el problema sin ayuda exterior.
Preparando el punto caliente (ATM). Foto: Sergio Monje |
Por otro lado, la
dimensión humana. Sin el requerimiento de exteriores (y el
consiguiente permiso), había que reclutar especialistas dispuestos a
permanecer de forma indefinida en Perú, abandonando sus trabajos y
responsabilidades en un tiempo récord. De ahí que la mayor parte de
nosotros, además de socorristas y técnicos, fuéramos amigos.
Maniobrando con la camilla en uno de los pasos. Foto: Gustavo Vela |
Izando la camilla. Foto: Gustavo Vela |
El debate sobre
el papel del gobierno español
Hay que quitarse
los colores y dejar a un margen las afinidades políticas para poder
entender o no, la decisión del Estado. En este caso, la de no
colaborar en el rescate.
Acondicionando a Ceci en el punto caliente. Foto: Gustavo Vela |
Parte del operativo de rescate. Foto: Gustavo Vela |
Pero no movió un dedo. Tuvimos que salir
por lotes, de incógnito, al ritmo del goteo con el que llegaban los
fondos y se movía la diplomacia, cogiendo vuelos comerciales, sin ni
siquiera valija diplomática, lo que hizo que algunos componentes
llegaran sin equipos y se perdiera parte del material por el camino.
Algunos especialistas incluso se encontraron con las mochilas rajadas
por llevar cartuchos de gas, imprescindibles en este caso para
mantener un punto caliente. Los transportes tuvimos que hacerlos en
autobús y duraron hasta 36 horas. Y gracias al gobierno peruano,
pudimos disfrutar de algunos desplazamientos en helicóptero hasta el
campamento base. Aún así, nos costó llegar cuatro días. A un lado
quedan las duras circunstancias personales que afrontamos algunos en
lo laboral y familiar y que un simple requerimiento del gobierno
habría justificado. La positiva evolución de las lesiones ha hecho
que el rescate haya sido un éxito. Pero cualquier otro tipo de
lesión habría tenido un pronóstico bien diferente tras 12 días de
confinamiento.
El gobierno ha
mediado en secuestros, en casos de ébola y en grandes catástrofes,
por lo que no deja de sorprenderme el doble rasero y la doble moral
institucional. Mientras, el pasado día 10 de octubre, 9 días
después del rescate, el Portavoz de Sanidad del GPP en el congreso,
decía en una entrevista a la Cadena Ser, sobre los casos de ébola:
"La
repatriación es la mejor opción. (…) Este país no va a dejar a
ningún español en ningún lugar del mundo a su suerte".
Pues
ya podemos dormir tranquilos.
Foto: Sergio Monje |
Epílogo
Doce días
Recuperando el material de rescate. Foto: Julio Monserrat |
Montaña de sacas. Foto: Julio Monserrat |
Medallas, medallas, medallas...
He sido el fotógrafo en tres expediciones, he hecho varios documentales de mis viajes y ganado premios con ellos. Sin embargo, cuando preparé las maletas para ir al rescate, no metí ni si quiera una cámara de fotos. Me acordé de cargar las baterías de mi frontal, las tres baterías de mi taladro, de llevar todo el equipo de verticales, tiendas de campaña y un sinfín de material sin que nada me faltara. Pero me la dejé porque iba a ayudar a un amigo, no de vacaciones... y no quería distraerme.
Parte del material que recuperamos. Mientras, Ceci salía al exterior y se retransmitía en directo por la TV de Perú. Foto: Julio Monserrat |
Una autocrítica necesaria
Espero que se haga balance y una autocrítica honesta de lo que ocurrió, que se propongan fórmulas que permitan actuar con mayor rapidez e involucren a todas las instituciones, que se proponga un protocolo de coordinación estatal y que se prime el esfuerzo de los que malgastan su tiempo en estar preparados para estas cosas y no al que ve en esto una oportunidad para escribir una línea más de su currículum. Porque no puede ser que, cuando de verdad hay que actuar, los mejores se queden en España.
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